lunes, 9 de junio de 2008

UNA MESA DE POOL

Los vectores sobre la mesa


Por la tarde del 27 de Mayo y bajo la estufa de la Alianza Francesa, asistimos a la asamblea de la denominada: “Octava Mesa de Artes Visuales”, para oír y ver al contraluz a cuatro de sus integrantes, además de Luis Aguirre, Director Regional del Consejo de la Cultura y las Artes, quien abrió la sesión explicando las directrices de su gestión.
Después de eso vino el resto, lo que en síntesis podríamos territorializar en aquel espacio que acepta y entiende el arte como un fenómeno esencialmente sociológico. El hecho que dicha mesa corresponda a un esfuerzo “sociabilizante”, como se dijo, instala desde ya cierto tono que tiene que ver con acciones destinadas a administrar flujos de poder, con el manejo estratégico de alianzas, escarceos y ejecución de lúcidas maniobras de encubrimiento o visibilización según sea el caso; es decir, lo que podría llamarse una lucha de clases post-lucha de clases, una lucha menos dicotómica y menos cruenta que la anterior, pero “guerra” de ocupación también.
Lo anterior hace - y así fue explicado- que las acciones artísticas comúnmente entendidas como la confección de objetos exclusivos en que se hace uso del talento manual, sean desplazados en bien de operativos que más tienen que ver, como dije, con la ocupación pura de territorios mediante despliegue de mesas y disposición de puntos sobre tableros estratégicos, superficies en las que si ha de pervivir algún aspecto Plástico (pinturas, grabados y esas cosas), lo harán a condición de que pasen lo más “piolita” posible, sin espectativas de provocar arrobo privado alguno. Este rebaje al faber disciplinario es indispensable para un tipo de acciones en las que se busca visibilizar, no tanto la obra material proveniente de un YO en acto de expresión, como sí la producción de una red de cerebros interconectados, algo como la creación de un internet biopolítico especializado en sus propias expansiones; “Noopolítica” llaman a eso.
Por si alguien está frunciendo la nariz, hay que recordar que ésta es una opción perfectamente legítima para el sistema de arte en existencia; sin embargo, me temo que esa tarde se dejaron traslucir ciertos ademanes pentecostales, y digo esto sin faltar el respeto por ese tipo de fe, y sólo les cito desde una perspectiva también sociológica y a propósito de cierto tinte fundamentalista que se vislumbró al interior de la Mesa referida. Sí, porque el actuar pentecostal tercermundista no busca adscribirse a una hegemonía institucional central, como pudiera ser el Vaticano por ejemplo, sino porque se expande, la mayoría de las veces, por medio de casas/iglesias instaladas en barrios periféricos nucleados por su respectivo Pastor, quién perito en Escrituras corta, ordena e irradia el núcleo de energía allí producido. La eficacia pentecostal radica pues en su praxis, es decir que al no tener que esperar por una directriz proveniente del lejano ápice del poder, no pierden tiempo en reflexiones teórico-teológicas, y simplemente el Pastor, poseedor de la clave maestra, realiza directamente el milagro de recorte territorial expulsando un demonio por aquí o satanizando a “otro” de por allá, energía pura irradiada desde acción directa que se percibe como horizontal y visible. Esa visibilidad aparece dispuesta en la pantalla de la conciencia tal como aquella del relato de Pentecostés, en que una llamita (luz) se posa sobre la cabeza de los sujetos elegidos sin adscribir a jerarquía alguna, salvo al carisma del Pastor claro. Con eso basta, con lo fundamental de la fe y con el acontecimiento ejecutado es suficiente, y así se permanece en el presente, pero dispuesto y esperando el próximo milagro “deleuziano” y su irradiación.

Del tal modo, el actuar pentecostal fundamentalista va tras la desmaterialización del templo (institución catedralicia), en que la fe jerarquizada había instalado su espacio sacro para luego proceder a su expansión en un “socius”, un lugar blando donde el poder se gesta y justifica en sí mismo. Sin necesidad ya de una Obra catalogable, tampoco es necesario preocuparse de la custodia de tesoros tipo Museo Vaticano.
Esta similitud trasladada al campo del arte nos pone ante una paradoja muy curiosa, porque resulta que las estrategias afanadas en la gestión desmaterializadora del arte “convencional” y de cátedra, ese que por reduccionismo o liviandad se dice provenir de un ego solipsista ahogado en sus ínfulas de genio narciso, llevan finalmente a operaciones conceptuales cada vez más efímeras, sutiles y espirituosas, las que al final van resultando bastante más esotéricas que la perdurabilidad de una esforzada escultura de palo, o un simple dibujo editado en una prensa de hierro, artes de la materia que “más encima”(¡!), por su condición potencialmente bursátil, pudieran servir al “autor-genio” ese para parar la olla o pagar el arriendo.
Así, la esoterización conceptual hace que el trabajo de arte matérico expresado en trabajo y obra resulte ser una cuestión “obsesiva”, como se dejó dicho esa tarde.
Ante expresiones como esa, finamente satanizantes, es cuando más urge el estímulo de todo tipo de superficies para la producción simbólica, pero como dijo Oliver Sáez, hay que tener ojo con la soberbia, pecado capital que suele tomar en nosotros las formas más sutiles o a veces mucho menos sutiles, cómo aquella salida delirante en la prédica de Almendra cuando dijo: “si llega un viejito (a la Octava Mesa) con una pintura, yo lo hago hacer una perfomance...”.
Urge además estar conscientes que una superficie simbólica y horizontal como una mesa de amigos puede devenir mesa de Pool, ese juego que acontece sobre una superficie provista de troneras o buches hacia los que hay que empujar cierto número de bolas, que iguales en peso y tamaño conservan diferencias de valor, distingos que permite al jugador más hábil sumar puntos y administrar así las reglas del juego.
Lo enternecedor de todo esto, es que tras las severas diferencias en el actual sistema de arte, siempre se vislumbra el mismo susto ancestral. Susto de que le demuelan a uno las certezas, susto de quedarse en la demolición permanente, susto de permanecer a la deriva sin un piso donde soñar el futuro, miedo a quedar en vilo en un mundo que se ve a sí mismo desfondado y trémulo como un “Gel”. En esa coyuntura acontece nuestra existencia, y por esa fragilidad dubitativa es que enternece.
De esa Octava Mesa quisiera uno quedarse con algo que también allí se dijo: que se hace necesaria la existencia de muchas Mesas, diversos campos de juegos asociativos; es decir, si interpretamos bien, de sitios de “subjetividades reflexionantes” como diría Castoriadis, pero de subjetividades a secas también; la subjetividad del yo es por cierto mucho más que narcisismo, porque ahí está también la expresión auténtica de nuestras propias singularidades, en cuya desnudez nos encontramos con toda la humanidad resumida en el propio pellejo.
Así las cosas, debemos reconocer tareas dirigidas a la demolición o trastoque de certezas, pero al mismo tiempo (como siempre ha sido) hay territorios que armar. Rebajar los fundamentalismos de fe significa abrir umbrales, significa considerar con respeto la mesa del lado en que infinitas fugas y chispas de distintos e íntimos deseos pueden estar aconteciendo, sin culpa ni miedos, porque mal que mal no existe subjetividad que no sea a la vez social, de ahí la posibilidad de servicio que neutraliza la egolatría.


En efecto, el nuevo paradigma social -y artístico por ende- posée ciertas características que permiten dar cabida a múltiples modos de visibilidad, incluso metafísicos si se quiere, pero a razón de permitir que otros se desarrollen sin miedo a los Savonarolas que anhelan echar al bracero y pasar el rasero según sus creencias e intereses. Y no se trata de reinstalar un “Peace and Love” permisivo al estilo hippie de los sesenta, sino se trata de un trabajo difícil, el de discernir cómo ser espiritual sin ser espiritualista, cómo poder ser subjetivo sin ser ombliguista, saber proclamar ideas fundamentales sin ser fundamentalista, ser comunitario sin obligar a militancias, festivo sin ser farándula, juzgar en serio sin contagiar la tiña de la amargura, conocer el poder del Poder pero sin hipostasiarlo y resistiendo a sus dominaciones; en fin, ahí en esa brecha se va siendo verdaderamente inclusivo; y nuestro arte, siempre débil por lo demás, necesita de eso, de ocho mesas y de otras más, rectas o cojas, sean de pituco mármol o cubiertas por un acogedor mantel bordado con su mosca cotidiana revoloteando sobre el pan.