martes, 21 de julio de 2009




Malversación en la Economía del Arte

David Radical

Se ha sostenido, no sin razón, que el patrimonio artístico de una ciudad se legitima sostenido por tres alzaprimas básicas: su política cultural, sus espacios universitarios y los medios de comunicación, medio este último en que la prensa escrita tiene un rol fundamental dada su cualidad de testimonio impreso masivo. De aceptar aquel juicio, cada uno de los ámbitos señalados debiera reverberar en los otros, no sólo en cuanto reforzamiento táctico o de galante urbanidad, sino como una vibración estratégica destinada a producir cierta particular densidad del clima cultural pertinente; es aquella densidad la que deviene patrimonio.
La ciudad de Concepción ha ido logrando –aunque tardíamente- el progresivo levantamiento de los citados dispositivos de construcción, sea desde sus universidades y corporaciones privadas o desde algunas instancias gubernamentales, y hasta el año 2007, desde su principal periódico, el diario El Sur. Allí, en un suplemento dominical que se denominó “Actual”, (algo así como una miniatura del Artes y Letras de El Mercurio), quedó publicada y registrada buena parte de la historia del arte y la cultura penquista. Hay que mencionar también el “Salón Sur de Arte” convocado por dicho medio en varias oportunidades.
Hoy en día, debido a cambios de orientación, aquel cuerpo ha desaparecido, y con ello se ha regresado a una época pretérita- tal vez de los años ´40 o ´50- en que los diarios chilenos en general ubicaban la actividad artística en la página de “Espectáculos” o “Sociales”, en donde era posible apreciar algunas fotografías, no de la obra, sino de quienes asistían al cóctel que la tradición impone.
Incluir la actividad artístico-visual al interior de segmentos destinados al espectáculo o a la vida social, sintomatizaron de algún modo lo que en aquellos años se suponía eran el arte y los artistas, es decir, actividades y gentes que contribuían a dar un matiz un tanto esplendoroso y espiritual a la ciudad, eran parte del “baño cultural” como se denominó desde el habla provinciana a un tipo de experiencia artística breve y básica.
Desaparecidas las mencionadas páginas dedicadas al arte, se ha generado un vacío que, dicho en términos periodísticos, se podría definir como una “sensible pérdida” tanto para el juicio estético como para la memoria cultural de una ciudad. Pero la irrupción de dicha desaparición se torna más grave cuando se pasa de la abstención informativa a la festinación de hechos y eventos que tienden a malversar la función de lo artístico.
El día 11 de abril de este año, pudimos leer en la portada y en el espacio dedicado a espectáculos del mencionado diario el siguiente titular: “Artista local lidera grupo que expondrá en Asia”. Luego el artículo narra cómo un señor decide, de un día para otro, dejar la profesión que le da el sustento para ser artista y así “abocarse del todo a los pinceles”, y como además posee capacidad de gestión, decide llevar un grupo de artistas locales a exponer a Vietnam. En inciso aparte, el periodista anota algunos “juicios críticos” que definirían las propuestas de los artistas invitados: Uno es “escultor de reconocidas máscaras”, otra pinta “figura humana abstracta figurativa”, el que sigue es “pintor de reconocida trayectoria” y alguien es calificada como “observadora de la naturaleza”. Por su parte el artista convocante es definido como autor de una “pintura viva y colorida” y que: “prefiere desarrollar las telas con los tonos cálidos, rojo, amarillo o naranja…”. Como apoyo gráfico aparece una obra anónima atribuible al artista/gestor, cuya imagen sonriente cierra la nota.

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Días mas tarde, el 26 de abril, otro titular: “Buenas noticias desde oriente para el arte local”; y a continuación se destaca que pocas veces el arte penquista ha podido llegar a lugares tan alejados como Vietnam, pero que ahora ello es posible gracias a la “Misión Comercial e Inteligencia de Mercados del Asia y Europa para las Artes Visuales de la Región del Bio Bio”; misión que es apoyada por Pro-Chile y “varias instituciones de la zona”. (Aparece fotografía del artista-gestor rodeado de orientales sonrientes, y muy muy atrás se vislumbran algunos cuadros).

En estricto rigor, nada de lo que ahí se dice es mentira flagrante, primero porque ambos artículos están en el contexto de “Espectáculos”, y ya sabemos cómo bajo ese concepto se escribe y dice de muchas cosas sin que lo dicho sea mentiroso ni verdadero; la noción de lo espectacular en el Chile actual se define bajo otros parámetros que no necesariamente tienen que ver con algún tipo de verdad, sino con la expectativa de que algún asunto aparezca como verosímil.
Por otra parte, en atención a las instituciones patrocinantes, tampoco ha de ser falso lo de la Misión de Inteligencia que soporta al citado proyecto comercial, porque además, desde un punto de vista humano y práctico, cualquiera desearía poder llevar su obra a otros países, y si además se puede vender, tanto mejor; así que no es “envidia” como se acostumbra a reducir toda crítica en nuestro medio, ni el tema del éxito mediático o comercial en sí mismo lo que motiva este artículo. ¿Qué es entonces?
Pues sucede que los hechos indicados describen un cuadro sintomático que compromete varios organismos; por ejemplo, dada la vaguedad de la información a que refiero, se podría poner en tela de juicio la responsabilidad de los estamentos político/culturales que deben discernir y legitimar sobre aquello que se puede catalogar como arte y aquello que no, una labor cívica importante considerado que vivimos en este paradigma de despliegues ilimitados y de contornos difusos. De ahí que organizar grupos o colectivos sin más juicios valóricos que aspirar a una expectativa bursátil y a una alegría de feria, representa criterios que malversan no sólo los roles del arte en una sociedad, sino al mercado mismo.

“La vida es mucho más simple”… “hay que ponerle color a las cosas, fijarse en lo positivo, cuando veo a la gente los siento amargados, andando preocupados y yo ando ocupado”. (Eduardo Vera Lastra, El Sur 11 abril 2009).

Tales son los argumentos que invoca el artista/gestor de la citada Misión, vocablos que parecieran una cruza del alegre talante misionero de Teresa de Calcuta, con algunos tecnicismos venidos de Wall Street.

Pero como sabemos, el arte no es cosa simple, no se agota en una “paleta cálida”, ni en lo risueño de la vida ; les puede incluir por cierto, pero también le atinge la resistencia al lugar común a la vez que le involucra en la generación de todo tipo de reflexiones visuales que vayan en procura de conmover conciencias e instalar preguntas que sean capaces de simbolizar el misterio subjetivo o la imagenería oculta de un pueblo; ahora, si aquello se puede acoger institucionalmente o promover y vender, ya sea por la gestión de un profesional apropiado o del propio artista, estaríamos en presencia de una diligencia productiva en su sentido más legítimo y pleno.

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De ahí que las estrategias artístico/comerciales apuntaladas por recetas conceptuales y bursátiles tan leves y segureras como esas que operan sin considerar una adecuada relación entre el mercado y las funciones intrínsecas del arte, pueden resultar a la larga en una “malversación”, y no sólo artística, sino también en un truco mercantil destinado a pasar gato por liebre.
Porque lo paradójico del arte es que conjuntamente con “no servir para nada útil”, como se dice por ahí, se le necesite conjuntamente por su capacidad de religar conciencias en la biológica necesidad por lo bello, con la de crear territorios inestables que dispongan al vértigo, a la incertidumbre que provoca el cuestionamiento y el intercambio mental, es decir, hablamos de facultades que por una parte pueden brindar el sosiego del arrobo sublime y por otra zumbar irritando la conciencia; “el tábano de Atenas” le llamaban a Sócrates por las incomodidades que causaban sus agudas reflexiones que representan una parte clave del espíritu griego. El arte une y desune, serena e incomoda al mismo tiempo, y es en aquél intersticio del “entre” desde dónde surgirá la identidad y el patrimonio de un pueblo; de ahí la necesidad de poder discernir y ordenar con herramientas de juicio profesionales y apropiadas.
A propósito de uniones, en otra cita periodística a Vera Lastra leemos:

“…entre nosotros debemos unirnos, ya que de lo contrario este mundo globalizado va a destruirnos”.

Lo global entonces, he ahí otro marco de problemas y permisiones, otra doble faz que muestra nuestra realidad cultural. Tal condición no es en sí destructiva; de hecho crea para las manifestaciones artísticas una cantidad enorme de flujos de divulgación que antes no existían, y en este caso, la denominada Misión Comercial e Inteligencia se hace más factible debido precisamente a la globalización. Pero por otra parte la cultura globalizada conlleva riesgos importantes, y uno de ellos es el achatamiento valórico, o el “horizonte plano” como denomina Gianni Vattimo a una situación en que toda la realidad cultural pareciera vibrar en la misma frecuencia, la peor y más homogénea de todas las frecuencias, la de los “reality shows” por ejemplo y toda aquella cultura de farándula que procura reducir la realidad entera a “espectáculo”. En este punto es necesario recordar que una cosa es la heterogeneidad que caracteriza al paradigma contemporáneo, pero muy otra es que en nombre de dicha heterogeneidad se apueste a lo de “a río revuelto ganancia de pescadores”.

En este mismo terreno, Ticio Escobar, el teórico paraguayo, ha sostenido que la globalización presenta buenas posibilidades en aquellas sociedades civiles consolidadas, patrimonialmente fuertes y que además estén provistas de políticas culturales que sean capaces de poner al mercado en su lugar y a la sociedad civil en contacto con todo el circuito cultural; no sólo de divulgación y consumo, sino de toda posibilidad de adquirir conocimiento y juicio que le permita discernir qué es qué en el tema del arte.
Es ahí en donde aparecen nuestras falencias, sobre todo en ciudades como ésta, en que a pesar de sus universidades, corporaciones culturales y mesas de reflexión, ha sido largamente refractaria cuando se trata de reemplazar sus juicios estéticos basados en el mero “buen gusto” o la decoración, lo que obviamente obedece a las debilidades expuestas por Escobar.

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La suspensión del Actual, único suplemento periodístico/cultural con que contaba la región y su sintomática reducción a la sección “ESPECTACULOS”, se puede vincular a las reflexiones de otro pensador contemporáneo – Guy Debord- autor de “La sociedad del espectáculo” (Pre-Textos, 2003), Allí Debord observa que el espectáculo consiste en coagular todo lo que en la actividad humana existe de modo fluido o - por así decirlo- de manera “espontánea”, para ser consumido como cosas que han llegado a tener un valor exclusivo y por tanto mercantil; pero si a eso se agrega que la sociedad toda deviene espectáculo, se colige que es mercancía todo lo vivido. El arte entonces, un fetiche, un prendedor de ornato en la solapa.

Advirtamos que los temas que aquí expongo, no vienen a atentar en contra de que los artistas vendan y vivan de su trabajo, pues así fluye la lógica más elemental del vivir; tampoco apunta en contra de que alguien pueda oficiar como artista/gestor y ser exitoso en su empresa; pero lo que sí se desea poner bajo reflexión, es cómo en ciudades culturalmente vagas como la nuestra, se fortalece la conciencia acerca de los valores específicos de lo artístico, cómo se apoya su capital de fuga respecto de lo presupuestado por la costumbre y la repetición automática, cómo se incentiva su doble facultad de cautelar y resignificar la existencia, en fin, tantas otras que acontecen en el devenir del arte y que difícilmente se desarrollan si la meta principal es la generación de un activo financiero que delega sus prioridades a lo “novedoso”, ese sucedáneo de lo nuevo que precede al vago sobajeo llamado “reconocimiento público” o “reconocida trayectoria” ; he ahí de nuevo la malversación en el pasar exitismo desinformado por éxito real.

Estos desvíos y evanescencias del capital cultural no serían tan graves si, como se anotó, ocurren al interior de tradiciones fuertemente estratificadas; pero en una atmósfera como la nuestra, culturalmente leve e históricamente bebé, la simpleza de comentarios y pobreza de juicios de valor, sólo sirve para arrinconarnos en un tipo de éxito obediente de la veleidosa ansiedad del mercadeo, éxito para la domesticación que viene a debilitar aún más la construcción de una historia patrimonial con sello reconocible.

Es allí en donde deben pesar las instituciones culturales, el especialista ilustrado, el artista visual comprometido consigo mismo y con su espacio de circulación, espacios que - aceptémoslo- pueden bordear el espectáculo, pero que no se debe confundir con lo “espectacular”, esa expresión que como tic de moda se aplica como parche para tapar - aunque sea momentáneamente - el hoyo existencial que nos deja el tedio y el aparente sin sentido de la vida contemporánea.
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De ahí que a los jóvenes que deciden estudiar o producir arte en lugares culturalmente débiles se les debiera considerar como una reserva ciudadana que, si bien en etapas tempranas pueden obedecer a ideales que el resto considera como “carentes de realismo”, portan sin embargo intenciones que de ser desarrolladas en un adecuado proceso, instalan la capacidad de relativizar aquellos valores “realistas” que son alimentados por manías culturales casi siempre defendidas con mentiritas mercantiles y espiritualidades mal entendidas que eternizan el anonimato patrimonial.

En atención a lo anterior, un artista visual puede ser entendido como un profesional que a partir de su participación en la finitud sensible de la vida, es capaz de producir y ofrecer infinitos espacios de reflexión que pueden incluir territorios de visualidad activos o pasivos, perturbadores o tradicionales, pero a condición de que el grado de conciencia involucrado en la producción de obra se expanda en recepciones activas, las de la ciudadanía, que si bien puede acoger y cautelar lo bello en su dimensión cerebral básica, no tiene por qué permanecer servil a ella; entendemos que eso es producir realidad y construir patrimonio.

Naturalmente ser un profesional del arte en estas latitudes conlleva riesgos, sobre todo económicos, eso los estudiantes lo saben y aún así persisten en ello; de ahí que la enseñanza del arte en la Universidad de Concepción ha dedicado tiempo pedagógico dirigido a instalar competencias relacionadas con la gestión y el patrimonio cultural.

En la práctica esto significa que asumir institucionalmente la producción artística implica, junto con promover y acoger las facultades de nuestro activo emocional y estético/formal, también incorporar su relación con la trama de lo pragmático y lo económico, pero todo esto sin perder su sustancia expresada en agenciamientos con lo político, lo religioso, antropológico y en fin, con todo aquello que en su maravillosa complejidad proceda a constituir parte del devenir humano y del imaginario de un pueblo.

No puede ser suficiente entonces considerar como exportaciones estratégicas la puesta en venta de un tipo de arte cuyos parámetros apelan a esa vaga ternura que para el artista-gestor citado significa: “vibrar con un día nublado o ponerle color a las cosas”, porque esas vivencias íntimas, si bien hermosas y legítimas en el ámbito de lo común, de no definirse en flujos destinados a intensificar el imaginario cívico, se disipan o malversan entre los cócteles y las pompas del vino gaseado, simulacro del champán.